Hundirse


Se descalzó. Las piedras le pinchaban los pies. Estaban húmedas, y el contraste le provocó un escalofrío. Se quitó también el vestido quedándose desnuda delante de aquel paraje.

¿Qué hacía allí? Lo cierto es que lo ignoraba. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, contemplando. Contemplando la inmensidad que siempre la emocionaba, le hacía llorar. Lo único que supo es que no podía seguir así, sentada, sin hacer nada, solo mirando.

Paso a paso fue recorriendo el espacio que la separaba de aquella inmensidad. Tropezó con las piedras, los pies le dolían. Pero siguió y pronto la espuma le lamió los pies.

No notó el cambio de temperatura, no sintió como el agua le iba mojando cada vez más. Sólo se dejó arrastrar, un paso y otro más hasta que ya no pudo andar más. Entonces nadó. Como si su cuerpo no fuese el suyo, moviendo las piernas que no sentía, los brazos que no controlaba.

Contempló y solo vio ese color triste gris azulado, revuelto. Sólo se veía mar. Sólo veía el mar. Y no supo si lloró o era el agua salada lo que le surcaba por la cara. Levantó la vista hacia el cielo y contemplo la diferencia de color, de ese azul salpicado de blanco y gris. Extendió la mano hacia arriba y quiso tocar el sol. No supo cuando dejó de ver más allá de su mano.

Se hundió. Abajo, presión. Sintió el frío del agua empaparle toda la piel, calándole hasta las entrañas. Sintió cómo sus pies se movían, sintió ahora sus brazos, suyos, braceando sin control. Y en contraste al frio sintió calor, fuego, en sus pulmones que gritaban de dolor. Le invadió la desesperación y por un momento se dejó llevar por el pánico.

Entonces recordó: la orilla, la gente, que no tenía por qué ahogarse en ese mar.

Sacó fuerzas que pensaba no le quedaban. Braceó, pataleó y boqueó aire y agua a partes iguales. Movió cada agarrotado músculo de vuelta a la orilla, luchó contra corrientes y oleaje. Nadó. Respiró. En cada bocanada un esfuerzo más, con cada brazada acortaba distancias. Y se despidió, del abrazo frío y gélido del voluble mar.

Salió, jadeando, cojeando y trastabillando, con cada músculo en tensión. Sentada de vuelta en la orilla su cuerpo desnudo se estremeció, supo qué hacía allí: Despertar, por fin.

Lluvia


Me encanta cuando llueve. Abro la ventana y me embobo contemplando la lluvia, sintiendo el olor a tierra mojada, estremeciéndome con los truenos.
Es entonces cuando te pones en ese estado de melancolía y añoranza. En el que te da por pensar y ponerte filosófica, cuestionar el por qué de la mermelada de fresa y cómo vivíamos antes de los batidos de frutas del bosque.

Para acompañar al sonido de la lluvia pones algo de jazz o blues, suave, para que ese estado de melancolía no se vaya demasiado rápido. La inspiración suele acompañar, te visita siempre en el momento justo. Agarras la libreta y el boli que tengas más a mano y escribes. No sabes qué, solo pones palabras sobre el papel. Sabes que tenías mucho que decir, que expresar, pero no terminas de entender qué era.

Un trueno suena justo cuando la melodía sube de intensidad, que bonito queda, piensas. Te ha sacudido por dentro y la idea sobre la que escribías se ha desvanecido como la niebla de una mañana de invierno.

Ya no puedes escribir y solo contemplas la lluvia caer. La música sigue sonando, te has propuesto no pasar ninguna canción, pese a que cada una te recuerde cosas y sensaciones. Cosas que te habías propuesto no recordar.

Pero te lo permites, no sabes muy bien por qué pero hoy te lo permites. Solo mientras llueva. Solo hasta entonces.

Y como si lo supiese, con el último acorde de guitarra el agua deja de caer.

Sale el sol, es hora de sacudirse la lluvia.














Será este pueblo, que no me deja quedar con nadie para que no diga tonterías de estas.

Semana


Imagen como esta semana: Desfasante y aberrante.

Estudiar algo y hacer unos cuantos exámenes. Pero lo más importante no es eso ni de coña.

Mucho eurobasket, Servios (de esos de Servia) calvos, botellas de coca-cola, toritos en la ventana y gente desconocida maja.

Comuna hippie de piso fumeta, personajos, peliculas, series, risas, ciezos y desconcierto.

Comidas en pisos ajenos, cotilleando como marujas y no creyéndonos lo que oímos.

Salidas improvisadas de cinco minutos que terminan a las 5 de la mañana. Scatergoris de los nervios y Tabúes a contratiempo. Salidas planeadas que terminan en chupiterias y bares gays del mundo. Sorpresas facultativas desconcertantes. Spice girls. Batman o Spiderman. Despedidas alemanas.

Muchos buenos momentos: toda una semana.


Si es que me hacía falta volver a Granada.