Discurso



En realidad, no entiendo a la gente que se suicida. Uno debe tener coraje para vivir. Son cobardes. Narcisistas egoístas, creen que el mundo gira alrededor de ellos. ¿Cómo pueden desechar el mejor regalo que tienen? ¿Cómo puede hacerse eso a uno mismo y a los que uno ama? No entiendo eso. No quiero hacerlo. Vives para ofrecer a otros lo más que puedas.

Dominik-Suicide Room.




3-



Un repique en la puerta.

-Ya voy-contesta desde dentro. Intenta ponerse la túnica decentemente aunque se hace un lío con la tela. Demasiados colgajos, en su opinión. Sabe de uno que se reiría de él, tantos años y aún sigue sin saber ponerse la vestimenta de las ceremonias.

Vuelven a llamar. Esta vez se oye una voz desde el exterior.

-Señor, el Consejo de Sabios le espera en la Sala de Meditación-informa el soldado. Como si él no lo supiese.

Repite “va, va” e intenta poner a la misma altura la banda de sus hombros. Se ata la túnica con la cuerda dorada para no pisarla al salir y se ajusta las gafas. Suspira con resignación y sale por fin. Un grupo soldados lo escoltan a través de los pasillos de piedra blanca. Ninguno habla, él suspira. Toda una fiesta.

Se paran frente a una gran puerta de roble y los soldados se colocan, vigilantes, a cada lado. Cierra los ojos, toma aire y se dispone a entrar cuando escucha unos pasos acelerados que se acercan por el pasillo.

-¡Eh!-se gira y ve a un chico pelirrojo correr hacia él, con la túnica morada característica de los pupilos de último años.-Pensé que no me daría tiempo a verte antes de que entrases-Los soldados fruncen el ceño ante el retraso inoportuno y la manera coloquial del chico al referirse a tan alto cargo.

-Angus, tengo que entrar ya. La ceremonia está apunto de comenzar.-el chico pelirrojo le aparta un poco de la puerta para que los soldados no pongan tanto el oido.

-Entonces ¿Cuánto tiempo llevará esta vez?-El chico alto, moreno, con las gafas algo torcidas y definitivamente unos años mayor que el pupilo, sonríe divertido.
-Deberías saberlo ya.-Angus suspira resignado.
-Encima Sam y Marcus saltaron hacia el otro lado y tendré que quedarme a estudiar con mis compañeros.
-Que es lo que debes hacer-el pelirrojo hace un mohín con la nariz.-De todas maneras, la misión no les llevará más de dos días, volverán antes de que yo salga de ahí.

Hace un gesto con la cabeza y señala la puerta.

-Está bien.-el chico se separa un poco con expresión algo apenada y se inclina para despedirse- Le deseo paz y tranquilidad en el Ritual de Unión con la Gran Sacerdotisa, Maestre Eric.

-Se lo agradezco, Angus.

El chico se da la vuelta con pesadez para desaparecer y descargar su aburrimiento con algunos hechizos cuando siente que le retienen del brazo. Justo al volver la cara nota esos labios que conoce tan bien sobre los suyos. Un beso rápido y fugaz. Un guiño de ojos y antes de que le haya dado tiempo a reaccionar Eric entra en la Sala de Meditación ignorando a los soldados y con la actitud solemne que se esperaría de alguien de tamaño poder.

Traspasa el umbral pensando en Los Guardianes, les desea suerte en su misión. Piensa en Angus, cuenta los minutos para salir y poder pasar tiempo con él.

Cuando llega al centro de la sala, el Consejo de Sabios comienzan con las oraciones de espaldas a él, mirando hacia los ocho puntos Sagrados. Se arrodilla en el octágono que hay pintado en el suelo, sobre un gran cojín de plumas de oca, y entonces una puerta distinta se abre y entran las doncellas seguidas por la Gran Sacerdotisa que se arrodilla a su lado. Se miran y sonríen. Da comienzo la ceremonia de Unión de los Tres Soles.

2-

Pinchazo.

Siente un pinchazo en la mejilla que le hace engurruñir la nariz. Le cuesta abrir los ojos y se queja con un gruñido sin mucho empeño.

Otra vez el pinchazo, ahora en la frente.

Sam podría estarse quietecita, realmente.

Otra vez el pinchazo, en el brazo. En el cuello, en la nariz. Se está volviendo insoportable.

-¡Sam! ¡Estate quieta o…-O nada. Se incorpora bruscamente y se marea al abrir los ojos. Pero está seguro, pese a la neblina que le cubre la vista y a lo oscuro de la noche, que esos no son Sam. De hecho.

Un par de niños con palos finitos y largos ríen a unos pasos de él, entre asustados y curiosos. Se rasca la cabeza enredándose el pelo rubio, que apenas se intuye de esa tonalidad con todo el barro que hay en él. Genial, ha ido a parar a un charco en mitad de un parque. ¿Por qué tiene la habilidad de terminar siempre en el peor sitio? Agradecería que alguna vez saliese del túnel en un lugar confortable.

La noche es fría y el barro pegado en él le destempla. Sin levantarse del charco saca una casaca verde militar de una mochila. Bastante rara, parece estar hecha de piel y a mano. Suspira cansado y finalmente se pone de pie. Los críos dan un par de pasos hacia atrás sin soltar los palos.

Mira alrededor y no distingue un carajo de donde está. Si no estuviese seguro al cien por cien, diría que no está en la ciudad de siempre. Chorradas. Pero ese parque rodeado de edificios enormes de cristal que parecen hechos de una sola pieza les ajeno totalmente.

-Eh ¿en qué año estamos? –los niños se miran sin comprender. Se rasca la barba descuidada y se encoge de hombros. Murmura para sí mientras se palpa los bolsillos en busca de algo. Saca un cigarrillo casero. Tabaco de liar en un papel que parece de periódico amarillento. Ya nadie fuma eso. Ya nadie fuma. Los niños miran extrañados porque hace siglos que nadie ve un cigarro. La gente ya no se droga así, eso se lo han enseñado en la escuela.

Vuelve a palparse los bolsillos en busca del mechero. Maldice porque lo ha vuelto a perder y seguro que va a ser la hostia de difícil pillar un mechero en esa época. Espera de verdad que se dejase alguno en la habitación del motel la última vez. A saber.

El motel. Cierto. Tiene que moverse a la única parte de la ciudad que no cambia con los años, ni con los saltos.

-Chicos, ¿por donde queda la playa?-los niños señalan con dedos temblorosos.

Se aleja de allí con las manos en los bolsillos, observando y estudiando todo lo que tiene alrededor, como una mancha que no encaja en un mundo tan impoluto.Silbando unas notas al azar que al le parecen que casan pero Sam le diría que la música muere un poquito cada vez que él decide “componer”.
Nota algo en el bolsillo. Es el encendedor.

Cuando finalmente consigue que prenda unas gotas le mojan el cigarrillo. Sonríe por la trastada y se deja el cigarro en los labios hasta que divisa la línea de la playa y empieza a caer un chaparrón.

Podría coger un taxi, pero prefiere canturrear bajo la lluvia y calarse hasta los huesos. Al menos así siente que está vivo y que ese mundo no es de mentira.

1-

Los frenos del taxi chirrian cuando el vehículo se detiene. Al bajarse mete el pie en un charco y maldice mientras se sacude. Asco de lluvia.

El edificio es viejo y tiene aspecto de piso okupa o de tener yonkis por cada esquina. El taxista ni mira para cerciorarse de que de verdad quiere quedarse en ese lugar. Tampoco desentona tanto, con esa camiseta desgastada y esos pantalones rotos.

Coge su dinero y se larga.

Qué más da.

Sus botas militares resuenan con estruendo por los pasillos mugrientos a esas horas de la madrugada, pero ninguna puerta desconchada se abre curiosa. La gente tiene bastantes problemas con ellos mismos.

Saca la llave que esconde en una grieta sobre el marco de la puerta, es sorprendente que siga en su sitio. Todo está como lo dejó, incluso las mismas cucarachas le saludan al entrar.

Su casaca verde militar está empapada, como toda ella y la cama está sucia y seguro que llena de su propia fauna. No le importa. Ha estado en sitios peores. Tira la mochila que lleva al hombro a un sucio rincón haciendo que algunas cucarachas vayan a esconderse y se desploma sobre la cama haciendo que los muelles griten.

Gime cansada y se quita la goma que le sujeta el pelo en una coleta bastante maltrecha. Sacude la cabeza y la larga melena negra salpica gotas de lluvia mojándole la cara.

No sabe qué día del año es. Ni qué año, siendo francos. Sí sabe la ciudad. Siempre que hacen el salto regresan a la misma. Pero siempre se separan en ese bucle interdimensional. Ahora le toca esperar a ella. Pueden pasar horas, días, semanas o meses. Espera que no años. Desea que no pasen años.

Sabe que el aviso de que ha cruzado habrá llegado a los oídos oportunos y no tan oportunos. Que tiene un móvil y una batería en algún sitio y debería ponerse en contacto. No tiene ganas. Porque en cuanto lo haga tendrá que salir y enfrentarse a ese mundo. Y hasta que él llegue le tocará hacerlo sola.

No tiene ganas.

No le apetece.

Esa noche solo quiere descansar, a oscuras, oyendo como llueve. Susurrando aquella canción que cantaban cuando en el otro lado se sentían demasiado fuera de lugar.

Sonríe al recordarlo. No es verdad. Sí que llueve en el sur de California.

Vida nueva


Porque no comprendía como era el mundo pero creía saberlo todo.

Renovarse o morir, dijo un sabio.


Crecer y avanzar.







Aunque todos sigamos siendo un poco Peter Pan.

Caricaturas de sueños


No hay nada malo en querer ver el mundo caricaturizado, las risas llenando el ambiente y el aire cargado de oportunidades.

Los sueños están para ser soñados.
Aunque solo unos pocos sueñan con poder alcanzarlos.