Día Caótico


Darte cuenta que se te ha hecho super tarde, que es la una y cuarto y tienes que hacerte de comer, comer mismamente, vestirte e irte para kung fu antes de las dos. Hacerte de comer corriendo, comer como los pavos, y correr, correr, correr porque como has corrido tanto te ha sobrado tiempo para darte una vuelta por el facebook en el que te has liado sin darte cuenta y ya llegas tarde, como antes.

No encuentras la sudadera, no encuentras el mp3, no encuentras el móvil. Sales con una sudadera que no es la que buscabas, sin mp3 y sin móvil. Que le den por…

Llegas sin aire al pabellón, no hay nadie esperando para entrar a Kung fu y tu profesor no ha salido aún de su clase de Taichí. Así que a te da tiempo a respirar un poco, que dura poco porque la clase de Kung fu, por los pocos que somos, es muy dura. Machacante, machacante, machacante, machacante. Las rodillas gritan que si vuelves a ponerte en postura “Mampu” se romperán y no les importará porque ya te están advirtiendo.

Salir de clase corriendo porque vas con Mawi a la biblioteca y hay que irse pronto porque sino caca. Correr por la calle, esquivando colegiales y coches. Llegar al bloque y el ascensor está en el último piso y tu vecino está abriendo su buzón. Correr por las escaleras. Derrapar en el pasillo.

Llegar, pero se ve que tus pulmones se han quedado por el camino, porque tú ahora mismo no respiras nada. Bebes agua como si hubieses estado un mes en el desierto. 3 y 20. A las 4 tienes que estar en la biblioteca que es cuando abre, para pillar sitio.

Te duchas con riesgo de escurrirte por las prisas. Mientras tus pulmones van llegando al piso. Te vistes que casi metes la cabeza en una manga. Sales derrapando para coger la mochila cuando tu compañera de piso te dice que Mawi ha llamado. La biblioteca pública lleva todo el día abierta y no hay sitio. Plan chafado. A estudiar en casa.

Pero primero tienes que volver a sincronizarte con tus pulmones que acaban de llegar del to.

La vida de un universitario en exámenes.

Y que en mitad de ese caos, la pareja más moñas y azucarosa que la menda ha tenido la oportunidad de conocer, te regale una super-mega-chachi-chapa, de esas grandes, de Aigor… porque la han visto y han pensao que “esto Mei tiene que tenerlo”… no tiene precio.

Gracias chicos ^^

No iré a estudiar mientras me recreo la vista en la biblioteca, pero tengo nueva chapa de Aigor *_*



Despedidas en la noche


Ya tenía fecha, hora y lugar. Ya sabía cuándo sería, esa noche. Su muerte ya tenía fecha. Curiosamente le embargó el miedo, el desconcierto, la desesperación, y después…la calma.


Lo había pensado, realmente había barajado la posibilidad, desde que le llegó esa carta con matasellos desconocido y nombre extraño. Lo intuyó. De alguna manera lo supo, en aquel instante, mientras desdoblaba el folio que contenía escasos párrafos escritos con una caligrafía rápida y descuidada. Y lo tomó con resignación, sin gritos ni escenas apocalípticas, sin lloros, ni ataque de nervios.


A pesar de que esa sombra lo acechaba en cada esquina, en cada callejón. Que la veía cada vez que amanecía un nuevo día. En esos labios sensuales que le robaban el alma a cada beso, en esos ojos grises que le hipnotizaban sin remedio. En cada bala, en cada filo de navaja. Nunca la había sentido tan cerca y certera como esa noche.


El gélido viento de enero se coló por entre la gabardina haciendo que un escalofrío le recorriese la espalda. Se había enterado, él también. El viento siempre es el primero en saber. Hundió la barbilla en la gabardina, intentando acordarse dónde había quedado con ella para el último café, que jamás se tomaría, el último beso, que nunca le daría, el último adiós, que sus labios no pronunciarían.


Al llegar a la puerta del café soltó el pomo antes siquiera de rozarlo. Sonrió al pensar en ella, con su vestido negro y su mirada perdida, mientras jugaba con un mechón de su pelo y por su cabeza…sólo ella sabía lo que esa cabecita guardaba.


La luz de la farola de la esquina empezó a titubear, como titubeaba ahora su ánimo. Palpó en el bolsillo interior de la gabardina, y lo sacó. Un folio doblado en tres, amarillento del tiempo y el desgaste. No lo abrió, no lo releyó, se sabía aquellos párrafos de memoria.


Echó a andar calle abajo, alejándose del café. Alejándose de ella. De lo único que le podía hacer dudar. Sabiendo que sería más fácil si no veía sus ojos implorando, rogando y susurrando “por favor”. Un “no te vayas” de sus labios lo anclarían para siempre allí, y él ya había cumplido su destino.


El viento agitó el vuelo de un vestido negro y levantó del suelo unos pequeños pedazos de papel, de un folio amarillento por el tiempo y el desgaste.


Solo el viento fue testigo de esa lágrima resignada que acariciaba la mejilla de aquella muchacha.


Solo el viento le acompañó hacía la certera verdad, a través de los pliegues de la gabardina, por aquellas calles grises del mes de enero. Solo él fue testigo de esa bala con un nombre grabado, su nombre, su destino.


Porque el viento es el primero en saber cuando la muerte llama a tu puerta.


Murió con una sonrisa en los labios y tranquilidad en el corazón, solo la paz que alcanzan aquellos que saben que han encontrado su camino y lo han recorrido a su manera. Mal o bien, pero a su manera, marcando ellos el ritmo. Murió sabiendo que por fin había vivido.