Hoy me he topado, en una de esas webs verdes y salvemos el planeta, un relato de cómo una joven ha pasado a no generar basura, a reutilizar todo, a comprar ropa de segunda mano y, en definitiva, a ser más feliz porque no es consumista ni materialista ni todos esos estigmas del primer mundo. Me parece fantástico por ella y por todos los que siguen en mayor o menor medida ese camino, muy loable. Pero siempre encuentro esos textos cargados con un atisbo de prepotencia y pedantería, de mirar por encima del hombro a aquellos que no somos tildados de “abraza árboles”.
El ser humano es el único animal que ha sido capaz de transformar a gran escala y en gran medida el mundo que le rodea. Somos capaces de crear cosas increíbles. De avanzar. Se llama evolución social. Algunos cambios (como todo) no son buenos, otros sí. No niego que somos la especie que está poniendo en peligro el equilibrio del ecosistema pero tampoco me desnudo y salgo a la calle a gritar por la supervivencia de la Madre Tierra y llamo “demonios” a aquellos que tienen un móvil en la mano.
Me gusta la tecnología, me gustan los avances que trae el mundo moderno, cómo podemos hacer cosas extraordinarias que hace siglos ni siquiera seríamos capaces de atisbar. Podemos dirigir todo eso a un mundo más sostenible. Entonces, pregunto: ¿vivir en una sociedad moderna me hace menos consciente de la naturaleza de mi alrededor por no vestir de segunda mano y tener la desfachatez de generar deshechos?
No creo que el avance y la ecología estén reñidos, no tienen por qué ser términos contrapuestos. Yo no juzgo a aquellos que quieren basar su vida de un modo naturalista, ¿por qué entonces tengo que disculparme por no comprar de segunda mano o ir con un frasco en el bolso para las especias a granel? Ese doble rasero de moralidad, que se cree superior, es lo que hace que parezca imposible que lo moderno vaya de la mano de lo ecológico.