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Los frenos del taxi chirrian cuando el vehículo se detiene. Al bajarse mete el pie en un charco y maldice mientras se sacude. Asco de lluvia.

El edificio es viejo y tiene aspecto de piso okupa o de tener yonkis por cada esquina. El taxista ni mira para cerciorarse de que de verdad quiere quedarse en ese lugar. Tampoco desentona tanto, con esa camiseta desgastada y esos pantalones rotos.

Coge su dinero y se larga.

Qué más da.

Sus botas militares resuenan con estruendo por los pasillos mugrientos a esas horas de la madrugada, pero ninguna puerta desconchada se abre curiosa. La gente tiene bastantes problemas con ellos mismos.

Saca la llave que esconde en una grieta sobre el marco de la puerta, es sorprendente que siga en su sitio. Todo está como lo dejó, incluso las mismas cucarachas le saludan al entrar.

Su casaca verde militar está empapada, como toda ella y la cama está sucia y seguro que llena de su propia fauna. No le importa. Ha estado en sitios peores. Tira la mochila que lleva al hombro a un sucio rincón haciendo que algunas cucarachas vayan a esconderse y se desploma sobre la cama haciendo que los muelles griten.

Gime cansada y se quita la goma que le sujeta el pelo en una coleta bastante maltrecha. Sacude la cabeza y la larga melena negra salpica gotas de lluvia mojándole la cara.

No sabe qué día del año es. Ni qué año, siendo francos. Sí sabe la ciudad. Siempre que hacen el salto regresan a la misma. Pero siempre se separan en ese bucle interdimensional. Ahora le toca esperar a ella. Pueden pasar horas, días, semanas o meses. Espera que no años. Desea que no pasen años.

Sabe que el aviso de que ha cruzado habrá llegado a los oídos oportunos y no tan oportunos. Que tiene un móvil y una batería en algún sitio y debería ponerse en contacto. No tiene ganas. Porque en cuanto lo haga tendrá que salir y enfrentarse a ese mundo. Y hasta que él llegue le tocará hacerlo sola.

No tiene ganas.

No le apetece.

Esa noche solo quiere descansar, a oscuras, oyendo como llueve. Susurrando aquella canción que cantaban cuando en el otro lado se sentían demasiado fuera de lugar.

Sonríe al recordarlo. No es verdad. Sí que llueve en el sur de California.

1 Comentarios:

Anónimo 5:38 p. m.  

No es justo, me has dejado pilladísima. No puedes dejarlo ahí.