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Pinchazo.

Siente un pinchazo en la mejilla que le hace engurruñir la nariz. Le cuesta abrir los ojos y se queja con un gruñido sin mucho empeño.

Otra vez el pinchazo, ahora en la frente.

Sam podría estarse quietecita, realmente.

Otra vez el pinchazo, en el brazo. En el cuello, en la nariz. Se está volviendo insoportable.

-¡Sam! ¡Estate quieta o…-O nada. Se incorpora bruscamente y se marea al abrir los ojos. Pero está seguro, pese a la neblina que le cubre la vista y a lo oscuro de la noche, que esos no son Sam. De hecho.

Un par de niños con palos finitos y largos ríen a unos pasos de él, entre asustados y curiosos. Se rasca la cabeza enredándose el pelo rubio, que apenas se intuye de esa tonalidad con todo el barro que hay en él. Genial, ha ido a parar a un charco en mitad de un parque. ¿Por qué tiene la habilidad de terminar siempre en el peor sitio? Agradecería que alguna vez saliese del túnel en un lugar confortable.

La noche es fría y el barro pegado en él le destempla. Sin levantarse del charco saca una casaca verde militar de una mochila. Bastante rara, parece estar hecha de piel y a mano. Suspira cansado y finalmente se pone de pie. Los críos dan un par de pasos hacia atrás sin soltar los palos.

Mira alrededor y no distingue un carajo de donde está. Si no estuviese seguro al cien por cien, diría que no está en la ciudad de siempre. Chorradas. Pero ese parque rodeado de edificios enormes de cristal que parecen hechos de una sola pieza les ajeno totalmente.

-Eh ¿en qué año estamos? –los niños se miran sin comprender. Se rasca la barba descuidada y se encoge de hombros. Murmura para sí mientras se palpa los bolsillos en busca de algo. Saca un cigarrillo casero. Tabaco de liar en un papel que parece de periódico amarillento. Ya nadie fuma eso. Ya nadie fuma. Los niños miran extrañados porque hace siglos que nadie ve un cigarro. La gente ya no se droga así, eso se lo han enseñado en la escuela.

Vuelve a palparse los bolsillos en busca del mechero. Maldice porque lo ha vuelto a perder y seguro que va a ser la hostia de difícil pillar un mechero en esa época. Espera de verdad que se dejase alguno en la habitación del motel la última vez. A saber.

El motel. Cierto. Tiene que moverse a la única parte de la ciudad que no cambia con los años, ni con los saltos.

-Chicos, ¿por donde queda la playa?-los niños señalan con dedos temblorosos.

Se aleja de allí con las manos en los bolsillos, observando y estudiando todo lo que tiene alrededor, como una mancha que no encaja en un mundo tan impoluto.Silbando unas notas al azar que al le parecen que casan pero Sam le diría que la música muere un poquito cada vez que él decide “componer”.
Nota algo en el bolsillo. Es el encendedor.

Cuando finalmente consigue que prenda unas gotas le mojan el cigarrillo. Sonríe por la trastada y se deja el cigarro en los labios hasta que divisa la línea de la playa y empieza a caer un chaparrón.

Podría coger un taxi, pero prefiere canturrear bajo la lluvia y calarse hasta los huesos. Al menos así siente que está vivo y que ese mundo no es de mentira.

1 Comentarios:

Anónimo 5:42 p. m.  

Y ahora Marcus. Pero quiero que aclares que es eso de los saltos.¿Saltos en el tiempo? ¿Son Timeliners?