Ella

Rutina.

Todo igual. La misma gente, los mismos deberes, los mismos temas, lo mismo todo. Desayunar, saludar, mochila al hombro. Siempre la misma ruta. Las mismas risas falsas. Los mismos chistes tontos. La misma superficialidad de siempre. Los mismos temas importantes sin importancia.

Vuelve a casa por la misma ruta, viendo los mismos rostros. Come lo habitual, habla de lo normal. Sin emoción, sin nada que le haga sonreír de verdad. Los mismos programas de televisión y otra vez enfrente de los mismos deberes de siempre.  El mismo vacío en la boca del estómago, las mismas ganas sin ganas.

Es tarde, casi entrada la noche, cuando sale de la ducha. Largo rato dejando caer el agua por todo su cuerpo. A pies descalzos, solo la toalla alrededor de su cuerpo se mira en el espejo que hay en su habitación y mira con desgana el reflejo que le ofrece: el pelo despeinado y pegado al rostro y la piel de gallina, los hombros huesudos, los brazos delgados. Deja caer la toalla y abre el armario. Busca, porque sabe que lo escondió casi al fondo, ese nuevo vestido que aún no ha estrenado. Lo pasa por su cabeza y el vestido ligero y vaporoso le viste la piel desnuda. La ropa interior de algodón es confortable y cálida. Abre esa cajita pequeña que guarda celosamente bajo la cama y delante del espejo se pinta los labios. Lo hace sin prisas y con mano inexperta, intentando no salirse. Intentando que el perfilador del ojo no se mueva demasiado.

Se peina solo un poco, desenredando con los dedos la melena castaña. Se calza unas sencillas chanclas y abre la ventana. Siente el viento fresco de la noche en su piel y por primera vez desde hace mucho, se atreve a sonreír. Porque está viva. Porque se siente bien. Porque es un poco más libre.

Sale de su cuarto.

“¿George?”

Ignora a sus padres. 


Ignora las miradas curiosas de sus vecinos al salir a la calle. Ignora a todo y a todos.

Está viva y tenía todo un mundo de posibilidades esperando, solo esperando a que se decidiera. No piensa desaprovecharlo.